El día que eché a un caracol de casa
Hace un par de días, apareció un caracol en las ensaladas, inocente de mí lo guardé para soltarlo el fin de semana en su habitat natural. Acomodé una fiambrera, con lechuga, con agua, lo tapé dejandole una rendija. Ayer le cambié la ensalada, por hojas de espinaca, le limpié la fiambrera, y lo volví a meter.
Esta mañana me desperté, la ranurilla par que no se ahogase era grande, no recordaba haberla dejado así. Dentro seguían las hojas, ni rastro del caracol. Lo ví, estaba al lado, lo recojo, lo vuelvo a meter, todos contentos.
Dispuesta a limpiarlo si ha dejado rastro por la mesa, hay un ligero rastro brillante, pero no en la mesa, está en mi libro, mi libro de 17,50, el mismo que ahora no tiene esquinas porque cierto bicho ha decidido que eran mejores que sus hojas de espinaca.
¿Lo peor? Ni siquiera puedo echarle la bronca, me mira parsimoniosamente desde la caja, le da igual. Le dará igual, pero no va a volver a su habitat, o eso, o es el caracol más viajero del mundo...
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