A saviour to rise from the street

Cuando conocí a Laia ella ya salía con Montes. 

La primera vez que lo vi fue en una pachanga de basket con los de clase y recuerdo que pensé que Laia no había sido tonta eligiendo. Dos horas más tarde, cuando dejamos de hacer bulto y el ridículo en la cancha, mi opinión sobre él incluía que era un poco "flipao".
Hay un tipo de novio de amiga al que por mucho tiempo vital que pases con ella no ves casi nunca, así que pasaron semanas hasta que volvimos a coincidir. Laia se había sacado el carnet hacía dos meses pero nunca cogía el coche, y aquella vez lo hizo para llevarnos a todas a su maravillosa casa de pueblo. Montes apareció el domingo, justo antes de que emprendiéramos la vuelta a casa con una cantidad de equipaje que no hacía sospechar que sólo habíamos pasado dos días allí.
Después de cargar y repartirnos, nos pusimos en marcha. El Land-Rover de la madre de Laia, ella y Montes delante, otra amiga y yo atrás. Dos días después me enteré de que en aquel trayecto aquella amiga también había declarado a Montes non grato
La situación empezó con un stop en el borde de una cuesta, un acelerón, otro, y el coche que se negaba a ir en un sentido que no fuera el que la gravedad le inducía. En aquel momento él pronunció un discursito sobre par motor que a mí me recordaba a los que me daba mi profesor de autoescuela y que tanto me hubiese gustado celebrar con un comentario sarcástico de no haber sido por el pastizal que valían las clases prácticas.
El Land-Rover salió, pero Laia ya estaba todo lo nerviosa que estás cuando conduces un coche que le queda demasiado grande a tu reluciente L verde, con amigos dentro, por una carretera secundaria llena de curvas. Y con cada una de esas curvas, del asiento del copiloto salía un suspiro exagerado, un comentario pedante, instrucciones acerca de como trazarla, e incluso una mano que agarraba el volante.
Yo ya no sabía como encajar aquello, sobretodo porque Laia es una de esas chicas capaces de llevar unos leggins de leopardo bien, que te den ganas de comprártelos tú también, y estaba aguantando todo aquello sin el más mínimo signo de indignación o protesta. Me acuerdo que pensé que la dinámica de aquella relación debía de ser muy diferente a cualquier cosa que yo hubiera imaginado, porque la idea que más se repitió en mi cabeza durante aquel viaje fue que para reñirme por mis errores de novata ya tenía a mi padre y no necesitaba un novio.
Me alegró en cierto modo ver que Clara también calificaba aquel viaje de insoportable y no era exclusivamente cosa mía, porque a día de hoy tengo dos cosas claras: la primera es que cada vez tolero menos la estupidez, y la segunda, es que me molesta mucho, mucho, que alguien a quien no le he pedido opinión me diga cómo tengo que ocuparme de mis problemas.
Señores, mi mierda es mía, y me gusta pensar que si me he metido en ella soy perfectamente capaz de salir, así que o saltas dentro y te pones a cavar, o cierras la bocabuzón y te alejas antes de que te muerda.
Y esto es algo que tengo tan asumido que no tengo claro si es raro, o asocial, o suena al ermitaño borde en el que quizá algún día me convertiré, pero realmente aspiro en mi vida a no necesitar que nadie me salve, ser lo suficientemente independiente para sacarme las castañas del fuego yo sola, y si alguien viene a rescatarme, que sea porque yo lo he elegido.

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