Me despierto en mitad de la noche con la garganta seca y lo presiento, debería levantarme y beber agua, pero se está tan calentito, y mullido, mi cama... Me despierto, ya es de día, muy de día, y ya no hay remedio, me conozco y lo sé, por mucho que trague saliva el picor ardiente no desaparece. Desayuno un Strepsils de limón con magdalenas y rememoro, yo me acosté bien, ¿durante cuánto tiempo puedes incubar un resfriado? ¿un par de noches? pero no puede ser, no hacía frío... y entonces caigo, recuerdo el momento exacto en el que desvié el difusor del aire acondicionado del coche hacia el otro lado. Disimulo, no quiero oír la sonata de siempre y sé que mi padre nunca se creerá lo del aire acondicionado, total, sólo son dos días y luego podré moquear tranquila. Pero es duro cargar ladrillos cuando te retumba la cabeza... ¿Si me llevo un termómetro lo notarán?... Y lo consigo, y me acuesto hecha puré pero con la garganta dándome una tregua. Y a la mañana siguiente, un triste pañuelo en los bolsillos me delata ante mi madre, eso y una ingente cantidad de mandarinas que se viene en mi maleta.
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